En su libro Zero to One, Peter Thiel cuenta que en las entrevistas laborales les pregunta a sus postulantes qué secreto saben que los demás ignoran. Y así se da el pie para revelar su propio «secreto»: para el capitalismo, la innovación tecnológica es más importante que la globalización y los monopolios son más benignos que la competencia. La globalización y la libre competencia—según Thiel—contribuyen a difundir una idea o producto por mil, pero sólo un monopolio está en condiciones de innovar y crear algo nuevo, pasar de cero a uno. Lo que Thiel llama «secreto» es lo que los foristas de Reddit, 4chan, etc, llaman red pill: una verdad disruptiva y revelada, un concepto que tomaron de Matrix pero que existía desde mucho antes. Platón, los cristianismos, la Ilustración―que tanto odia Thiel―y todo el «pensamiento crítico» moderno basaron su impacto intelectual y político en una red pill, una verdad que el mundo ignoraba hasta el momento iluminador de la Revelación.
Podemos imaginar a uno de los más representativos redpillers de la Modernidad, Sigmund Freud, aplicando para Thiel Capital y contando su «secreto». Quizás Freud explicara la personalidad y las creencias de Peter (libertario, reaccionario, transhumanista) a partir del desarrollo de su sexualidad en el ambiente represivo de una familia alemana de posguerra trasplantada a Namibia y Ohio. O, más probablemente, se limitara a decirle a Thiel que, además de los monopolios, la otra fuente de innovación tecnológica es el deseo sexual.
El impulso erótico de la tecnología
En un artículo publicado en el New York Times en 1994, John Tierney tira justamente esa red pill: que el sexo es el impulsor de las innovaciones en tecnologías de la comunicación, el que les da su uso más sorprendente. Tierney sostiene su hipótesis con un despliegue de erudición selectiva: las «Venus» paleolíticas, estatuillas femeninas con las tetas, los glúteos y el abdomen bien marcados, aparecieron 15 mil años antes que cualquier otro producto de alfarería utilitario, como las vasijas; lo mismo para las primeras tablillas sumerias escritas con el sistema cuneiforme, varias de las cuales contienen poemas eróticos. La imprenta moderna no tuvo que esperar mucho desde su aparición, a mediados del siglo XV, hasta la impresión de I Modi, una suerte de Kama sutra renacentista ilustrado por Giulio Romano, editado en 1525 y reeditado en 1527 junto a los Sonetos lujuriosos de Pietro Aretino. El daguerrotipo fue inventado en 1839 y ya en 1846 había imágenes de sexo explícito. En el cine el impulso sexual fue precoz: Le Coucher de la Marie, el primer stag film, se filmó en 1896, apenas meses después de la primera proyección cinematográfica de los Lumière, y al que muy pronto le siguieron la alemana Am Abend (1910), la argentina El Satario (c. 1907–1915) y la norteamericana A Free Ride (1915).
Al momento de buscar explicaciones para esa imbricación entre sexo y tecnología, Tierney baraja cuatro: a) necesitamos humanizar las tecnologías, llenándolas de deseo por lo nuevo y lo extraño; b) todo lo contrario, experimentamos al sexo como una tecnología: un set de procedimientos en torno a un fin, que la pornografía se limita a catalogar buscando agotar las posibilidades; c) la pornografía, como sucedáneo de la relación física, siempre es una mediación que nos deja insatisfechos y a la espera de una nueva tecnología medial que, esta vez sí, logre reponer la relación sexual real; y d) la tecnología, o al menos su marketing, es cosa de hombres: desde el «automóvil como prolongación del pene» hasta el irreductible machismo del mundo de los videojuegos, el predominio masculino impone un acercamiento libidinal a las máquinas y procedimientos. El artículo de Tierney (un académico devenido periodista y un liberal devenido libertarian) es un ejemplo de la prestidigitación de las Humanidades: juntás dos cosas que estaban separadas—vg. sexo y tecnología—y aparece algo nuevo. Todo tiene que ver con todo y nada es falsable: hay tantos argumentos para darle la razón a Tierney como para rebatirlo. La verdadera historia de la humanidad se puede explicar con cualquier cosa.
Sin embargo, a medida que nos acercamos a nuestra época la hipótesis de Tierney se va haciendo más consistente. Tomemos por caso la «guerra del video». Entre 1975 y 1976 Betamax, el formato de videotape desarrollado por Sony, se midió con el Video Home System (VHS) de JVC y Panasonic. Betamax tenía mayor calidad de imagen y sonido, VHS ofrecía mayor tiempo de grabación contínua. Pero para 1978 menos del 1% de los hogares norteamericanos tenían un reproductor de video y los estudios cinematográficos no se lanzaban a la nueva tecnología. Fue el cine porno el que definió la batalla tecnológica.
Cuando Dinamarca legalizó la pornografía en 1969, y abrió el camino para el resto de los países occidentales, comenzó la llamada «Era Dorada del Porno». Después de décadas de stag films para ser proyectados en prostíbulos, se empezaron a filmar películas X-Rated con presupuesto, guion y producción, como Garganta profunda o Detrás de la puerta verde, que podían aspirar a una buena taquilla y a cierto respeto. En 1975 la recaudación del cine porno rondó los 10 millones de dólares (50 millones de hoy). Pero la industria seguía marginada a un rincón sórdido y vergonzante del mercado, atajando a potenciales consumidores ante la incomodidad de ser vistos en la puerta de un cine con un afiche de Linda Lovelace, o de fumarse a un compañero de asiento un poco pegajoso.
Los formatos de video permitían domesticar al porno, resguardar su consumo en la privacidad del hogar, y de paso reducir costos de material y edición. La industria pornográfica se decantó por el VHS: la calidad no era tan importante como la duración. Las películas porno se redujeron a una sucesión de escenas de sexo explícito en escenarios naturales. En 1979 el 75% de los VHS que se comercializaban eran de material pornográfico. Con el formato VHS difundido y consolidado, el cine mainstream siguió el camino trazado por el porno y Betamax quedó fuera de competencia. Fue tan fuerte la influencia del cine porno en la guerra del video que todavía circula la leyenda de que Betamax fracasó por vetarlo de su formato.
La pornografía siguió innovando en tecnologías de la comunicación. Interesados en reforzar el consumo doméstico, los productores adoptaron muy pronto nuevos mecanismos de producción (registro y edición de video) y de logística (entrega por correo) y contribuyeron a perfeccionarlos antes de su masificación. Otro tanto pasó con la telefonía. En los años 80 las empresas de servicios sexuales telefónicos o hotlines perfeccionaron el sistema pay-per-call, de tarifa diferenciada—en Argentina recordados por el prefijo 0600—que luego usarían otros servicios como consultas astrológicas, donaciones o concursos. Era evidente que cuando conectaran a las líneas telefónicas a computadoras, con protocolos e interfaces accesibles y ancho de banda capaz de cargar una foto, la pornografía iba a ser la primera en la fila para usarlas. Y para terminar de darles forma.
De cómo la pornografía diseñó a la web
En 1991, el año en que se lanzó la web, había en Estados Unidos menos de 90 revistas para adultos, de las cuales llegaban a los kioscos la décima parte, la mayoría se distribuía por correo o en sex shops, con todas las restricciones del caso. Para 1997 se contaban alrededor de 900 páginas web con sexo explícito. A los vidriosos ojos de la industria pornográfica, la web era VHS on steroids: las mismas ventajas, consumo doméstico y costos bajos, ahora multiplicadas como panes y peces. Pero aquí también la pornografía fue mucho más que la beneficiaria del cambio tecnológico: fue su motor.
En 1995 la stripper y actríz porno Danni Ashe aprendió a programar en HTML por las suyas y lanzó su sitio Danni's Hard Drive para subir fotos promocionales. Hasta que se le ocurrió cobrar una membresía de 15 dólares mensuales, una idea no tan frecuente en ese momento, solo el Wall Street Journal lo hacía. El sitio web de Danni ganó millones y su tráfico terminó ocupando más ancho de banda que toda Centroamérica. Los sitios porno por suscripción proliferaron y contribuyeron al desarrollo y seguridad de los sistemas de pago online que luego usaría todo el e-commerce. El streaming también se desarrolló gracias al porno, puntualmente gracias a Internet Entertainment Group, la empresa de Seth Washavsky que trasladó a la web el negocio de los peepshow, cobrando un precio por minuto a los usuarios que quisieran chatear con una modelo desnuda en el sitio Club Love.
Otro innovador de los 90 fue Ron Levi, creador de Cybererotica. Levi fue pionero en monetizar los clicks: en lugar de cobrar una tarifa por anuncio según su extensión—una práctica que la web arrastraba de la gráfica—, cobraba una comisión por cada vez que un usuario de su página interactuaba con un anuncio. Al monetizar el tráfico y comerciar un servicio tan específico como el sexo, los sitios para adultos comenzaron a usar palabras o frases que los buscadores web captaran mejor, por ejemplo «sexo». Así contribuyeron a desarrollar y afinar la search engine optimization (SEO), piedra basal del marketing digital posterior. La intersección entre pornografía e internet fue tan disruptiva que fastidiaba por igual al viejo porno—Bob Guccione, el editor de Penthouse, se quejaba de «la cantidad de nerds que surgen como reyes del porno»—, y a la nueva industria digital: en 1996 las autoridades de la ComDex, la exposición anual de computadoras y tecnología que se celebraba Las Vegas, expulsaron de sus stands a las empresas de porno digital, que se mudaron al hotel de enfrente y organizaron un evento análogo para su industria, el AdultDex.
La industria pornográfica había logrado ganar plata con internet, el tesoro escondido que otras industrias seguían sin encontrar y que las condujo a la crisis de las puntocom del año 2001. Luego de aquella crisis, la web 2.0 logró establecer modelos de negocios sobre el tráfico, la SEO y el marketing de afiliación (los clicks), todos desarrollos impulsados o afinados por las webs porno en la década anterior. De la industria porno y sus prácticas terminó emanando también la normalización legal de ese continente salvaje que era internet. En 1996 Stephen Cohen lanzó el sitio sex.com. Su negocio no era producir contenido sino aprovechar el mejor dominio del mundo (si todo el mundo buscaba «sex» en internet, el buscador los iba a mandar a sex.com) para llenarlos de banners y cobrar por anuncio y por click. Creó la primera granja de banners. Al igual que Levi y Washavsky, Cohen venía del negocio del sexo telefónico pero con distinta suerte: era un estafador profesional y recién salía de la cárcel. El dominio sex.com había sido registrado en 1994 por Gary Kremen, un clásico nerd de la época que lo dejó sin usar y armó una empresa de citas online con otro dominio, match.com. Cohen se apropió de sex.com y así comenzó un largo litigio que se resolvió a favor de Kremen sobre el principio fundamental de que un dominio es propiedad privada.
En su libro The Players Ball David Kushner cuenta la historia de Kremen vs. Cohen y concluye que fue el hito por el cual la web dejó funcionar como el Lejano Oeste y empezó a asimilarse al Valle de California. Cohen era un producto de aquella wild wild web, mitad pistolero y mitad colono. Incluso buscó transformarse en un proveedor de internet construyendo una infraestructura de fibra óptica en Tijuana para garantizar la llegada de sex.com a aquellos rincones del mundo en donde―según sus cálculos―la carencia de libertad sexual conduciría a las masas a la pornografía por internet. «Creo que todo internet va a cambiar―decía Cohen a mediados de los 90―Creo que los teléfonos que conocemos hoy van a cambiar. Creo que la televisión tal como la conocemos hoy va a cambiar. Creo, y mi empresa cree, que las personas propietarias de la fibra óptica y la infraestructura estarán en la posición perfecta». La web que hoy conocemos ya existía en la cabeza de la pornografía veinte años antes. Queda por ver qué lugar tiene esa web para la pornografía veinte años después.
Tu futuro está entre deepfakes y onlyfans
En 2007 Apple presentó el IPhone. Ese año Vivid Entertainment publicó el video privado de Kim Kardashian, por entonces apenas la hija pulposa del abogado de O.J. Simpson. En 2007 también aparecieron los sitios de streaming pornográfico «gratuito» Pornhub, Redtube, XVideos y XHamster, cuyos buscadores recibieron una y otra vez la palabra «Kardashian». Desde entonces la piratería de material pornográfico por internet no dejó de crecer. Y las ganancias de la industria pornográfica no pararon de caer. Los números del sector son siempre opacos pero los especialistas calculan las pérdidas por piratería en 2.000 millones de dólares por año. El ingreso promedio de las actrices porno, siempre mejor pagadas que los actores, se redujo a la mitad. La pornografía, como toda la industria de las telecomunicaciones, sufre el impacto de la digitalidad y de la informalidad que ella misma contribuyó a formatear.
Pero la industria pornográfica está históricamente preparada para la disrupción y para «saltear intermediarios». Las plataformas de contenido por suscripción como OnlyFans o ManyVids recuperan el viejo streaming pero bajo control de sus creadores. Mia Malkova, estrella de MindGeek―el conglomerado que incluye a Brazzers, Digital Playground, Reality Kings, Pornhub, RedTube y YouPorn, entre otros―decidió autonomizarse y pasarse a Twitch. Como pasa con todos los «colaboradores» de plataformas, la frontera entre autonomía y autoexplotación es borrosa y depende de las condiciones y la muñeca de cada uno: la suerte de una pornstar que se lleva a su público a una plataforma para manejar su carrera no es la de miles de chicas y no tan chicas que buscan un lugar a los codazos para arañar unos dólares. En este caso la pornografía no parece impulsar nada sino solo subirse a una ola ajena, o ahogarse en ella.
El otro desafío tecnopornográfico es la Inteligencia Artificial. La tentación de usar apps de IA como Midjourney, DALL-E o Stable Diffusion para generar imágenes sexuales era algo tan predecible que las propias empresas trataron de atajarlo de diferentes maneras. Pero no se puede con el impulso erótico de la tecnología. Cada vez hay más cuentas de Instagram, algunas incluso verificadas, de personajes creados por IA, generalmente mujeres atractivas con poca ropa como Shudu o Emily Pellegrini. Los creadores de esta última decidieron mudarla a Fanvue, una competidora de OnlyFans que acepta perfiles generados por IA. La pornstar Riley Reid lanzó Clona, un chatbot por suscripción para los usuarios que quieran simular conversaciones con ella y otras actrices porno. Porn Pen, por su lado, se presenta como una web especializada en producir imágenes sexuales con IA que permite customizar la apariencia y locación de las modelos (el 99% de las creaciones son mujeres) con tags como «chubby», «Latina» o «shower».
En agosto de 2022, casi al mismo tiempo que se lanzaba Stable Diffusion, lo hacía Unstable Diffusion. Inicialmente fue un subforo de Reddit para compartir imágenes pornográficas generadas por IA y técnicas para promptear y esquivar los filtros de la app. Stable Diffusion no fue pensada para producir imágenes porno (menos del 3% de su dataset de imágenes es calificado como explícito o NSFW) pero es una app de código abierto y confía a los usuarios el empleo responsable de sus herramientas. Los administradores de Unstable Diffusion usaron la tecnología de Stable Diffusion para desarrollar su propio sistema de IA generativa de imágenes pornográficas, alimentándola con las fotos adecuadas y luego corrigiendo los resultados. Cuando pasó los 50.000 miembros, el foro se mudó a Discord y logró financiarse mediante rondas de crowdfunding. Ahora busca financiamiento en fondos de riesgo.
El doble éxito de Unstable Diffusion en generar imágenes pornográficas de alta calidad por IA y lograr monetizarlas es observado con ansiedad dentro y fuera de la industria pornográfica. Dentro de la industria, su consolidación plantearía un nuevo modelo de negocios. Para la vieja industria porno puede ser una opción liquidar sus productoras, meter su catálogo en una IA y distribuir el resultado por sus canales.
Fuera de la industria, la pornografía es el principal motor de las deepfakes, las imágenes falsas de personas reales creadas con IA. El primer deepfake porno conocido es de 2017. En 2019, el 96% de los deepfakes eran pornográficos, con una abrumadora mayoría femenina. Entre 2022 y 2023 la cantidad de pornografía deepfake se quintuplicó, la mayoría femenina se mantiene. Los casos más ruidosos son los de mujeres famosas pero a medida que crece el volumen y el negocio (hay páginas por suscripción que ofrecen videos porno falsos con celebridades y creadores que aceptan encargos para hacerlos con cualquiera), van apareciendo deepfakes de mujeres comunes que no tienen los recursos legales ni económicos para restringir la circulación de esas imágenes. Por ahora, los desarrolladores y administradores de sitios como Porn Pen o Unstable Diffusion prometen darle un uso ético de sus herramientas, pero sin compromisos efectivos de moderación y con la necesidad de monetizar mordiéndoles los talones en medio de la selva digital.
En el fondo, los problemas con la IA pornográfica son los problemas con la IA. El «aprendizaje profundo» necesita afinarse mediante su uso masivo. Pero el uso masivo alimenta a la IA con toda la basura de internet: sesgos, violencias y violaciones de copyright. Con el agravante de que la pornografía históricamente ha tenido menos cuidado con esas cuestiones que otras ramas de la industria cultural. Los deepfakes porno de Taylor Swift que circularon en enero de este año surgieron de una competencia en 4chan para saltear los filtros de Bing Image Creator y DALL-E y generar la imagen más realista posible. No sería sorpresa que algún desarrollador de esas IAs haya fogueado el desafío para afinar sus máquinas virtuales. Toda IA necesita que existan esos suburbios digitales para alimentarse sin pedir permiso y crecer en profundidad.
La máquina hiladora a vapor apareció medio siglo antes que el patrón oro y que las primeras «leyes de fábricas»; la cadena de montaje apareció 30 años antes que Bretton Woods. La sociedad tardará en acomodar (y acomodarse) a la nueva máquina abstracta. De mantenerse la tendencia actual, esta vez no será la pornografía la que impulse y generalice una tecnología sino la tecnología la que generalice la pornografía. Todos podremos terminar siendo los protagonistas de algún video porno: muchos será reales y voluntarios, streameados desde una pieza decorada con leds baratas; la mayoría serán virtuales e involuntarios, basta que tengamos fotos online y que las herramientas IA sean más accesibles. Llegado ese punto, y pasado el escándalo, puede venir una meseta de hábito insensible, la misma que siguió a los besos en público o a la exposición en redes sociales. La pornografía puede terminar siendo parte de nuestra imagen pública, quizás de nuestros valores, al mismo tiempo que la reacción al turbocapitalismo o la crisis climática nos llevan a recuperar la religiosidad, la familia y la comunidad. Dios, Patria y Pornhub.
Tremendo, me interesaría saber cuál va a ser la contra reacción a eso, en la dualidad que desarrolla McLuhan por ejemplo Música electrónica/Ambientes tribales.
Rarísima la reacción de todos los medios cuando salieron las deepfakes de Taylor Swift, cuando cualquier usuario de Internet sabe que las "deepfakes" o mejor dicho solo fakes comenzaron mucho antes.. lo primero que se me viene a la mente es un CD de "Lara Croft - Tomb Raider", llegando a las manos de un adolescente pegajoso en 2001-2002, después de la cual la única opción es dirigirse a un Cyber con sus amigos con un solo propósito: Buscar "Angelina Jolie Porno", para encontrarse con una imagen de la cara de Jolie editada sobre una actriz porno genérica. Pero en el monitor de CRT, de forma baudrillardesca, el fake parece real y pasa a ser real.
Después, está la pregunta: La sobre-reaccion de los medios a la noticia de las fake de Taylor, son entonces el resultado de la composición etaria de los periodistas que como generación Z no estaban al tanto de que los fakes exsitian desde antes? O como diría algún usuario de 4chan en pleno episodio esquizoide: No es una casualidad, "Ellos" están bajando linea. La CIA, el MOSSAD. Los Masones, los glowies, el deep state, los anunaki están bajando línea de lo peligroso que es la IA, usando un personaje famoso como muñeco de paja para mostrar los peligros de la falta de legislación. Yo me inclino por la primera versión pero la segunda versión me parece más divertida.