La Singularidad realmente existente
Prólogo a Trauma Core
Nicolás Daniluk es un dibujante que me gusta particularmente. Acaba de publicar Trauma Core, un libro con sus ilustraciones y me pidió que lo prologara.
El libro puede comprarse aquí. También pueden comprarlo en la presentación, el viernes 27 de junio a las 20 hs. en el Espacio Moebius, Bulnes 568, Ciudad de Buenos Aires. Habrá música en vivo y visuales.
Adelanto el prólogo, en donde intento explicar por qué me gustan particularmente los dibujos de Daniluk.
La Singularidad realmente existente
El 8 de febrero de 1957 moría John von Neumann, encerrado y custodiado en el Hospital Militar Walter Reed, de Washington D.C., con el cuerpo tomado por tumores, cables y sondas, y la cabeza atenazada por el miedo a la muerte. Genio matemático precoz en su Hungría natal, a lo largo de su carrera von Neumann hizo aportes a la física teórica, a la genética, a la economía, además de participar del Proyecto Manhattan y los experimentos atómicos de Los Álamos, y desarrollar de la ENIAC, una de las primeras computadoras Turing-completa, digital y reprogramable. Un año después de la muerte de Neumann, Stanislaw Ulam, su compañero en el proyecto Manhattan y cocreador de la «Bomba H» junto a Edward Teller, escribió una necrológica que repasaba su vida y sus logros. Allí cita «una conversación» que «se centró en el progreso cada vez más acelerado de la tecnología y los cambios en el modo de vida humana, lo que da la apariencia de acercarse a alguna singularidad esencial en la historia de la raza más allá de la cual los asuntos humanos, tal como los conocemos, no podrían continuar».
La «Singularidad», ese horizonte de comunión entre la humanidad y la tecnología, recién alcanzó estatuto programático en el siglo XXI, cuando Ray Kurzweil, un inventor e ingeniero de Google, anunció que «nos fusionaremos con las computadoras y al final entrarán en nuestros cuerpos y nuestros cerebros, nos harán más sanos, más inteligentes, multiplicaremos nuestra capacidad intelectual por mil millones. Será un cambio profundo y singular por lo que nos referimos a él como “singularidad”». No era una idea tan nueva: las cabezas parlantes de Alberto Magno en la Edad Media; el robot con armadura de Leonardo da Vinci en el Renacimiento; la legendaria muñeca animada que Descartes habría fabricado en reemplazo de su pequeña hija muerta; los dibujantes mecánicos que el relojero Pierre Jaquet-Droz construyó en el Siglo de las Luces, conforman un legado que desemboca en las fantasías transhumanistas de principios del siglo XX con los biocosmitas soviéticos buscando la inmortalidad, los futuristas italianos soñando un superuomo (la primera película en representar una lucha entre robots es la italiana L'uomo meccanico, de 1921) y los bernalistas británicos proponiendo la mejora química ilimitada del cuerpo y de la mente. Cada sociedad pensó en fusionarse con la tecnología de su época. Lo que distingue a la Singularidad es que la tecnología con la que nos propone fusionarnos es caótica e inquietante. Y Neumann era en parte responsable de ello. No tanto por haber contribuido al desarrollo de las bombas atómicas, sino por ser parte de otro tipo de radiación: Gödel poniendo en juego las certezas matemáticas, Heisenberg haciendo otro tanto con las certezas físicas, Turing preguntándose si una máquina puede pensar y Wiener proponiendo entender y gobernar a las máquinas y a los seres vivos a partir de un principio único: la cibernética, el mismo principio que usó para diseñar el AA Predictor, un dispositivo de cálculo que les permitió a las baterías antiaéreas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial pronosticar los cambios de trayectoria de los aviones para corregir sus disparos. Todos esos caminos confluyen en Neumann. Y todos esos caminos conducen a saltar la valla que durante siglos separó a lo natural de lo artificial, lo racional de lo inconcebible, a las personas de las cosas, a las máquinas de todo lo que no sea una máquina.
Desde la muerte de von Neumann hasta hoy crecieron y se multiplicaron todo tipo de máquinas: máquinas abstractas, como el software; máquinas enredadas, como internet; máquinas microscópicas, como los genes modificados; máquinas humanas, como el cyborg, concebido originalmente para asegurar la vida humana en el espacio exterior pero hoy transformado de hecho en una forma de asegurar su existencia humana en la Tierra: dispositivos portables, pastillas, alimentos transgénicos, prótesis de todo tipo para intentar vivir mejor o al menos para intentar vivir. Quizás esto tampoco sea tan novedoso. En definitiva, todavía habitamos en la primera gran máquina de guerra que desarrolló la humanidad hace unos 12 mil años: las ciudades; hoy, parte indistinguible de nuestra naturaleza, con su fauna de ratas, galgos y palomas, sus canales de mierda y agua clorada fluyendo entre las montañas de mampostería y las grutas de hormigón armado en donde anidan las personas, las bacterias y los módems.
La Singularidad va a llegar porque la tecnología es nuestro ecosistema, un organismo complejo que nos atraviesa y se retroalimenta de lo que hacemos y de lo que somos. No de lo que creemos que somos: esos individuos falibles pero queribles, siempre dispuestos a aprender, capaces de tomar buenas decisiones y con ganas de vivir juntos. No. La Singularidad realmente existente se fusiona con aquello que somos realmente, lo que hacemos y pensamos de verdad, cuando nadie nos ve pero la tecnología nos registra navegando de incógnito, opinando bajo un nick falso, pidiéndole a un chatbot lo que no podemos o no nos atrevemos a hacer o a pensar. Ese feedback constante entre nuestras pulsiones más irracionales y el ecosistema técnico que nos rodea y nos amplifica es la Singularidad que está cerca: no trae racionalización sino precarización laboral y cultural, datos biométricos malvendidos en la calle, información basura, textos e imágenes de mierda para ser consumidos bulímicamente por el pobrerío digital; no trae un ágora global en donde todos podamos deliberar, sino un mercado clandestino de opiniones en donde la más bizarra y agresiva se lleva las visualizaciones; no trae industrias sin chimeneas ni autopistas digitales, sino un millón de toneladas de carbón quemadas por minuto para alimentar centros de datos y nodos de blockchain; no trae un humanidad más sana e inteligente sino a tribus de primates obesos o hipermusculados gritándole al celular.
La Singularidad llegará algún día pero no como la esperamos, «brotará como raíz de tierra seca. No habrá en ella belleza ni majestad alguna; ni nada que la haga deseable. Despreciada, abrumada de dolores y habituada al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro» (Isaías 53:2-3). La Singularidad llegará algún día pero aún llega. Y quizás esa sea su manera de existir realmente.
Nicolás Daniluk es el dibujante de la Singularidad realmente existente. Sus cyborgs, mutantes y cuerpos atravesados por máquinas siempre parecen disfuncionales, proyectos inconclusos, abandonados en medio de una promesa de fusión que ya alteró nuestra vida pero no termina de concretarse. En el Museo Pio-Clementino del Vaticano se encuentra Laocoonte y sus hijos, un grupo escultórico realizado probablemente en el siglo I d.C. Representa a Laocoonte, un sacerdote troyano condenado por los dioses a morir estrangulado por serpientes marinas junto a sus dos hijos por haber desconfiado del caballo de madera que los griegos obsequiaron a Troya. El conjunto escultórico sabe combinar el dramatismo de la escena con la simetría clásica gracias al escorzo de los cuerpos y a la leve alteración de sus proporciones. Para Goethe el secreto de esta obra es haber fijado el momento exacto y fugaz antes de la muerte, cuando los cuerpos aún luchan por evitarla. Para Schopenhauer, su mérito es no haber intentado representar un grito, imposible para un objeto inanimado: el silencio del mármol acentúa la tragedia de Laocoonte. Ese instante previo al colapso, esa lucha de cuerpos retorcidos y deformados inmediatamente antes de sucumbir a las fuerzas extrañas que los envuelven es nuestra condición constante, la Singularidad realmente existente. Y Daniluk, con sus cyborgs que gritan en silencio, es el dibujante de esa condición constante.
Pero no se trata solo de pintar el horror de la época, sino de actuar sobre él. En 1998, años antes de que Kurzweil anunciara que la Singularidad está cerca, Erik Davis anunció de qué material estaba hecho ese sueño: «La Red no es una herramienta, es un entorno, un resonante amplificador psíquico que, entre otras cosas, erosiona las barreras que separan el centro del margen, la noticia del rumor, la opinión de la publicidad, la verdad del engaño. Esto hace de ella un gran caldo de cultivo para explicaciones alternativas de la realidad, para la subcultura y para esos infecciosos virus mentales que algunos llaman “memes”». Trauma Core se alimenta de imágenes anónimas sacadas del fondo de la web, fotos y videos pixelados de origen oscuro y circulación anodina, infinitas veces cortados, pegados y alterados para seguir circulando cargados de sentido en eso que hoy es nuestro hábitat, la ventana a un paisaje infinito pero sin profundidad: una pantalla digital. Solo que Daniluk retraduce ese paisaje virósico a la calma plana del blanco y negro, la homogeneidad estilística del dibujo clásico, con aires de ese modernismo hoy tan lejano de los afiches de los 60 y las historietas de los 80. Los rusos llaman ostranénie («extrañamiento») a la operación estética por la cual la visión convencional de la realidad es presentada en formas y contextos desacostumbrados para dejar en claro que es ficción. Al plasmar en tinta negra sobre papel blanco la saturación visual de la Singularidad realmente existente, Daniluk normaliza a las falsas anormalidades de la Red y las hace realmente extrañas; escapa del valle inquietante y descubre que el planeta es inquietante; rompe la pantalla por un segundo y nos recuerda que todo eso puede reducirse a la nada, al grito silencioso contenido bajo el ruido contemporáneo.




Muy bueno!